OTRO ECOLOGISMO POSIBLE ANTE LA FARSA DE LA COP28

Julio Fernández

La danza de la muerte, un macabro espectáculo medieval en el que de la mano de esqueletos, todas las clases sociales, representadas supuestamente por danzantes, se movían a la par, construyó un relato tan aterrador como certero de la igualdad de la condición humana frente a la muerte, en tiempos en los que la peste campaba a sus anchas y se llevaba por delante la vida de millones de personas.

No hace mucho se daba por iniciada en Dubái, con más rubor que bombo y platillo, la famosa Cumbre del Clima COP28, y entre sus ilustres participantes, al igual que sucedía en aquellas representaciones de la Edad Media, no podía faltar ningún estamento de poder, en especial los grandes centros de producción económica ‒y en consecuencia política‒. El objetivo de esta nueva danza no es luchar contra la muerte del planeta, un hecho que se certifica día a día con la desaparición a cada minuto de las más diversas especies, sino hacernos ver, al público en general, que la preocupación por el temido colapso alcanza tanto a ricos como a pobres, tanto a empresas entregadas al capitalismo puro y duro (origen y expresión máxima de la debacle climática) como a grupos con ideología supuestamente ecologista que dicen alzar la voz en contra del desmesurado consumo de petróleo pero que, sin prejuicio alguno, comparten baile con los jeques de ese preciado material de combustión.

Sin embargo, a diferencia de aquella certera danza de la muerte en la que se pretendía al mismo tiempo tomar conciencia como burlarse de los que desde lo más alto dictaban sus efímeras leyes, en esta otra de la COP28 todo es farsa y representación. Lo que menos se pretende es, precisamente, despertar la conciencia. De desear ese despertar, todas las organizaciones asistentes, o al menos las que se visten de verde, exigirían un cambio radical ahora, en este mismo momento y con premura. El planeta no puede esperar, la intervención ha de ser urgente o, sencillamente, empezaremos a pagar las consecuencias de tal forma que desearemos regresar a la Edad Media. No exagero, vean, solo vean, las cifras del aumento de la temperatura global en 2023.

No lo han hecho desde el primer minuto y no lo van a hacer, quizá porque a nadie le conviene ni tener conciencia ni que nadie la tenga. Por eso no debe sorprendernos, tampoco, que en este juego estén participando representantes ecologistas, quizá sin el consentimiento de donantes y voluntarios, que poco saben de estos tejemanejes en altas esferas; pues el ecologismo estructural, ese que se apoya en los propios gobiernos y las estructuras políticas dominantes, no puede permitirse no aparecer en la foto de la vergüenza, aún a sabiendas de que su presencia no hace sino complicar la desconfianza de la sociedad hacia ellos, y por tanto, la desconfianza hacia ecologistas que de forma honrada y valiente están luchando de verdad por un cambio de paradigma, tan vital como inaplazable y perentorio.

El ecologismo de base sabe que no le representa ese ecologismo que tan hábilmente se rodea de ilustres vendedores de crecepelo, y otros sátrapas, en medio de un paraíso (por el momento) abarrotado de lujo, pozos de petróleo y grandes capitales fluyendo de fondo en fondo de inversión, como en un juego de dados donde hay que avanzar de casilla en casilla, sin importar lo que te llevas por delante, hasta llegar a no se sabe qué lugar del futuro, porque el futuro no existe. El ecologismo de base sabe que necesitamos otro ecologismo posible, y por eso se esfuerza en tejer redes que lo protejan, no solo de quienes se empeñan en ocultar datos, desviar la atención con eventos espectaculares diversos, o acabar con activistas ‒en el peor de los casos‒, sino también protegerse de los ecologistas que dicen serlo pero que invierten todos sus esfuerzos por seguir el ritmo del baile que marcan desde arriba y, en consecuencia, invisibilizar las voces de quienes alertan sobre la farsa en la que quieren que vivamos.

Algo extraño está pasando cuando una consorte reina se atreve a sacar la palabra decrecimiento del armario, defendiendo a renombrados científicos, al tiempo que las grandes organizaciones ecologistas callan. Algo extraño está pasando, esto es evidente. Tal vez quienes manejan los datos económicos hayan comenzado a dudar, a sentir un cierto temblor en las piernas pensando la que nos puede caer encima. Algo extraño debe pasar cuando no somos capaces, desde abajo, desde los mismos territorios que más van a sufrir las consecuencias, de enfocar el problema hasta llegar al origen del mismo, con el fin de encontrar, al menos, la esperanza. Reabramos el debate, hablemos sobre esta extrañeza, pero sin representaciones falsas ni usurpación de nombres. Seamos, por fin, ecologistas.